pongámosle fecha y hora"
- Rodrigo Cuevas
es y será la vida.
No hace falta escribirla.
No hace falta subirse.
Es.-
Soc sempre massa per ser ara.
Soc per ser quan nevi, quan plogui;
per quan tot sigui sencer,
la millor aposta per un futur inassolible
que en l'ara no vols desbaratar
mentre en cada renúncia perds
l'oportunitat flagrant de l'ara.
Soc per quan siguis, quan tinguis, quan entenguis.
Soc amb una enganxina d'obrir en cas d'emergència.
Soc massa per l'ara,
com totes aquestes coses que omplen
armaris, neveres i rebosts
"per si de cas un dia".
En aquesta successió continua d'aras,
tria'm ara per si de cas just aquest ara
esdevé aquell sagrat dia
per el que no gaudeixes la immediatesa
per si de cas un altre futur arriba.
Si esto fuera el amor que tú dices sería una plañidera anestesiada de Diazepam, velando el féretro con los ojos perdidos en una ventana de barrotes y llevando el luto translúcido de las catástrofes adheridas.
Si esto fuera el amor que tú dices me pesarían las agujas del reloj en la muñeca, cada giro de manecillas giraría sutilmente el torrente sanguíneo, no habría respuesta al pulso y las pupilas quedarían estáticas en un Glasgow 3 profundo.
Si solo una de las acepciones fuera el amor que dices y me asignas, el lugar en el que me crucificas y relegas, no podría seguir escribiendo, la tinta se emborronaría y no podría seguir leyendo.
Pero sucede que este amor que tú dices es una versión del cuento de hadas, es la piedra Rosetta en su atmósfera protectora, es Pompeya sepultada y congelada pero no es hoy, ahora, ni aquí; es en la narrativa ajena adquirida.
Si esto fuera el amor que yo digo dejaríamos líneas de textos entre cortinas, salivas y sábanas y nos inventaríamos un segmento que acotara al resto de nuestras vidas y ahí, en esa inmediatez de constante acotación, te diría que veto todos los tiempos pretéritos y futuros para que me dejes quizás un croissant, un zumo de naranja y una flor.
«Tendrías que retroceder hasta justo antes del amanecer del 4 de marzo de 1226 para ver una alineación más cercana entre estos objetos visibles en el cielo nocturno» (cita)
Hoy se confabulan los astros en la más absoluta literalidad, hoy se confabulan los dos planetas más grandes del sistema solar: Júpiter (setenta mil kilómetros de radio), Saturno (cincuenta y ocho mil kilómetros de radio). Cifras redondeadas, no creo que se ofendan. Pensemos que la Tierra tiene, redondeando a la alza, siete mil kilómetros de radio. Hablamos de planetas entre ocho y diez veces más grandes que la Tierra
Y aquí estamos, pequeñitos y conflictivos seres, batallando por entender si podremos o no volver a algún lugar que llamamos “casa” diferente a nuestra casa habitual, si deberemos acreditar nuestros lazos de sangre o de simpatía con poderes notariales o simplemente palabras, si la Navidad debería ser o no algo tan paganamente sagrado. Seres pequeñitos pensando tonterías mientras diarios, stories de Instagram, mensajes y demás misivas contemporáneas se hacen eco de la noticia de la conjunción planetaria. Noticias acompañadas por las instrucciones del punto del cielo a buscar cuando se ponga el sol, por la poética y el folklore; estos dos planetas no estaban tan cerca desde 1623, no volverá a suceder hasta 2080.
Y ahí estamos nosotros, en nuestro centro de observación del cielo viendo dos puntos brillantes, dos estrellas que la cámara al uso no puede capturar. Hace frío, miras un rato, sacas una foto. Lo intentas. Y ya está. Pero, ¿cómo que ya está? No podemos quedarnos ante tal cosa como si no pasara nada. Ningún habitante de este ahora conoce a nadie que viera el suceso equivalente anterior y no es tan fácil ya asegurar que vayamos a vivir sesenta años más. Estamos ante una confabulación irrepetible en el transcurso de nuestras vidas y nos conformamos con hacer una fotografía borrosa y contemplarlo unos segundos para dar fé, para asegurar que también lo vimos, para sumar un hito más, un check más.
Y no, no puede ser esta indiferencia. Estamos viendo dos planetas de más de trescientos mil kilómetros de circunferencia uno al lado del otro en el cielo como si fueran dos estrellas o dos luces de guirnalda de Navidad. Estamos viendo las ochenta y dos lunas de Saturno y sus seis anillos, las ochenta lunas de Júpiter. Lo estamos viendo ahí, en esos dos puntos insignificantes que podrían pasar por estrellas. Quizás sea mejor así, quizás sea imposible imaginarse elementos de tales dimensiones, quizás no tenga sentido imaginar algo que nunca podremos llegar a ver y sea mejor mantener a Júpiter y a Saturno en el imaginario de dibujos escolares de sistemas solares y datos numéricos.
Quizás la realidad es una constante confabulación de planetas, de conjunciones existenciales que puede que no se vuelvan a suceder o que nadie recuerde cuándo fue la última vez que sucedieron. Y ante ellas, normalmente, incapaces de comprenderlas, las capturamos en fotografías literales o mentales, las transcribimos, las poetizamos, las analizamos. Las vemos como pequeños puntos luminosos sin ser plenamente conscientes que, muchas veces, pueden contener el capítulo piloto de la eternidad.
Coloqué todas las figuras de porcelana para que miraran hacia dentro. Hacia dentro de las paredes y los muros de cemento levantados alrededor de los círculos concéntricos de la realidad. En una habitación llena de fotografías colgadas, las figuras observaban desde estanterías y ventanas. Filtraban el sol con sus siluetas, oscilando todas las horas por el suelo como si fueran el eje de un reloj de sol polimórfico. Me observaban desde sus tonos pastel y escenas bucólicas, desde las flores de sus cestos y lo inocuo de sus gestos.
La aséptica delicadeza de la porcelana me observa sorprendida ante la alquimia sobre el papel, ante los efectos químicos de iteración mental que generan las vivencias recientes. Las figuras de porcelana cobran vida en el escenario que dibujo cuando se acaban las horas del reloj. Figuras de porcelana hasta que la vorágine de la vida se hace incuestionable.
La vorágine animal que se esconde tras barnices sociales y moldes. No hay porcelanas, ni vidrios ahumados, ni materiales demasiado frágiles en las fronteras de los impulsos conscientes de las expectativas cumpliéndose, del reflejo de figuras y luces anaranjadas cuando, entre las manos y los ojos, se sopesa, con exactitud milimétrica y la precisión natural de la inercia, toda la narrativa e imaginario de lo animal, lo cotidiano y lo delicado.