La señorita Perla nació argentina. No, no nació en Argentina, nació argentina. Argentina de carácter, de narrativa, de tonada de tango, de dulce de leche, de mañana de asado. Nació argentina sin visitar Buenos Aires ni Tierra de Fuego.
Viaja con un dedo y chinchetas por los nombres de un mapa que tiene colgado en la pared, cuando coloca las chinchetas en San Luís, Santiago del Estero, Salta, Mar del Plata o Bariloche de repente, a través de una corriente eléctrica y telefónica que le llega por los dedos, escucha voces y acentos, imagina paisajes, escribe cuentos. Y a veces se le aparece, con la indumentaria que le dió Horacio Ferrer en “Balada para un loco”, un linyera piantao en el salón con una bandeja de alfajores rellenos de Piazzola, Goyeneche, Spinetta y bandoneón.
Imagina Argentina como una Atlántida emocional donde las metáforas son el dialecto común, donde pasear por las rendijas de las palabras es como una vereda llena de árboles un día de calor y donde poder vivir en constante enumeración.
Quiere cambiar el mundo en cada movimiento por eso vuelve a casa por combinaciones de calles distintas, se pinta las uñas de verde, duerme en la cocina, tuesta el pan al sol y riega esquejes de plantas porque confía en la resurrección. Sabe que hay una exactitud poética dictando cada segundo y la analiza y la transcribe desmontando andamios tópicos y normativos y liderando la lucha abierta contra el imaginario que implica a las “perlas” en recursos literarios aburridos.
* * * * * * *