Funeral vikingo de recuerdos.
Suena Leonard Cohen: Dance me to the end of love.
Se suben al barco las posesiones materiales y etéreas.
Corpóreas, incorpóreas y afiladas.
Afiladas como el cuchillo que degolla al recuerdo
voluntario a quedarse el último.
Ultrajado por observadores,
por la vida,
por la repetición de la penitencia.
Prende la pira por una esquina,
cerca de la capa que cubre el drakkar.
La capa bajo la que se esconden
todas las imágenes que, en vida,
no se quisieron, ni pretendieron, mirar.
Arde en llamas río abajo.
El casco encendido abre surcos en el hielo.
El agua refleja el fuego.
El vikingo está muerto.
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