Es agridulce el eco distante de la voz
que conoce la palma de tu mano.
Es agridulce cuando tu mano está vacía,
cuando la luz es ajena,
cuando la luz es ajena,
cuando la cajas no son.
Es agridulce querer que si y saber que no,
saber que si y creer que no.
Si fumara, haría castillos de filtros
y en las sombras del humo
vería las diapositivas y las palabras,
leería los posos de la ceniza,
humedecería el papel en los ojos
con cristales de sal.
Agridulce como cristales abandonados
rompiéndose en un camión de trastos,
como plantas de pascua en la puerta de un bazar,
como una servilleta de tela maltrecha
en un paso de cebra
atropellada,
sucia,
abandonada.
Esperando que el viento la devuelva.
Esperando que una mano la recoja.
Agridulce es el sonido de los ejes
de los mundos a los que perteneciste
cuando, sin molde, los ves girar.
Agridulce es, a veces, la sombra
y el eco de la distancia
en la cerradura,
en el espejo,
en el espejo,
en el cenicero vacío.
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