En el olor de baño recién duchado, un dedo índice, dibuja una letra de vaho; una cuerda senosoidal que recorre las tres dimensiones de los espejos poliédricos. En el oasis no empañado está la imagen invertida del presente; en el fondo, donde los ojos puede palpar las pupilas de otras vidas, están amontonadas las marcas de todos los pasados. En el tacto de la huella dactilar y el vidrio se dibuja una línea imperfecta e incompleta, limitada por las fronteras del espejo visible y de cada uno de los trazos; en esos contornos de ínfimo relieve de partículas acuáticas descienden pequeñas gotas, pequeñas líneas paralelas que pintan unos barrotes de vaho en un mar de reflejos poliédricos. Huele a oxígeno jabonoso escapando por las ventanas, a silencio, a la observación consciente del vaho propio. El vaho se desintegra y las líneas de la condensación pintan la puerta y la llave al otro lado del espejo.
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