domingo, 20 de diciembre de 2020

Confabulación planetaria

 «Tendrías que retroceder hasta justo antes del amanecer del 4 de marzo de 1226 para ver una alineación más cercana entre estos objetos visibles en el cielo nocturno» (cita)

Hoy se confabulan los astros en la más absoluta literalidad, hoy se confabulan los dos planetas más grandes del sistema solar: Júpiter (setenta mil kilómetros de radio), Saturno (cincuenta y ocho mil kilómetros de radio). Cifras redondeadas, no creo que se ofendan. Pensemos que la Tierra tiene, redondeando a la alza, siete mil kilómetros de radio. Hablamos de planetas entre ocho y diez veces más grandes que la Tierra

Y aquí estamos, pequeñitos y conflictivos seres, batallando por entender si podremos o no volver a algún lugar que llamamos “casa” diferente a nuestra casa habitual, si deberemos acreditar nuestros lazos de sangre o de simpatía con poderes notariales o simplemente palabras, si la Navidad debería ser o no algo tan paganamente sagrado. Seres pequeñitos pensando tonterías mientras diarios, stories de Instagram, mensajes y demás misivas contemporáneas se hacen eco de la noticia de la conjunción planetaria. Noticias acompañadas por las instrucciones del punto del cielo a buscar cuando se ponga el sol, por la poética y el folklore; estos dos planetas no estaban tan cerca desde 1623, no volverá a suceder hasta 2080. 

Y ahí estamos nosotros, en nuestro centro de observación del cielo viendo dos puntos brillantes, dos estrellas que la cámara al uso no puede capturar. Hace frío, miras un rato, sacas una foto. Lo intentas. Y ya está. Pero, ¿cómo que ya está? No podemos quedarnos ante tal cosa como si no pasara nada. Ningún habitante de este ahora conoce a nadie que viera el suceso equivalente anterior y no es tan fácil ya asegurar que vayamos a vivir sesenta años más. Estamos ante una confabulación irrepetible en el transcurso de nuestras vidas y nos conformamos con hacer una fotografía borrosa y contemplarlo unos segundos para dar fé, para asegurar que también lo vimos, para sumar un hito más, un check más. 

Y no, no puede ser esta indiferencia. Estamos viendo dos planetas de más de trescientos mil kilómetros de circunferencia uno al lado del otro en el cielo como si fueran dos estrellas o dos luces de guirnalda de Navidad. Estamos viendo las ochenta y dos lunas de Saturno y sus seis anillos, las ochenta lunas de Júpiter. Lo estamos viendo ahí, en esos dos puntos insignificantes que podrían pasar por estrellas. Quizás sea mejor así, quizás sea imposible imaginarse elementos de tales dimensiones, quizás no tenga sentido imaginar algo que nunca podremos llegar a ver y sea mejor mantener a Júpiter y a Saturno en el imaginario de dibujos escolares de sistemas solares y datos numéricos.

Quizás la realidad es una constante confabulación de planetas, de conjunciones existenciales que puede que no se vuelvan a suceder o que nadie recuerde cuándo fue la última vez que sucedieron. Y ante ellas, normalmente, incapaces de comprenderlas, las capturamos en fotografías literales o mentales, las transcribimos, las poetizamos, las analizamos. Las vemos como pequeños puntos luminosos sin ser plenamente conscientes que, muchas veces, pueden contener el capítulo piloto de la eternidad. 


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