domingo, 13 de diciembre de 2020

Lladró

Coloqué todas las figuras de porcelana para que miraran hacia dentro. Hacia dentro de las paredes y los muros de cemento levantados alrededor de los círculos concéntricos de la realidad. En una habitación llena de fotografías colgadas, las figuras observaban desde estanterías y ventanas. Filtraban el sol con sus siluetas, oscilando todas las horas por el suelo como si fueran el eje de un reloj de sol polimórfico. Me observaban desde sus tonos pastel y escenas bucólicas, desde las flores de sus cestos y lo inocuo de sus gestos. 

La aséptica delicadeza de la porcelana me observa sorprendida ante la alquimia sobre el papel, ante los efectos químicos de iteración mental que generan las vivencias recientes. Las figuras de porcelana cobran vida en el escenario que dibujo cuando se acaban las horas del reloj. Figuras de porcelana hasta que la vorágine de la vida se hace incuestionable. 

La vorágine animal que se esconde tras barnices sociales y moldes. No hay porcelanas, ni vidrios ahumados, ni materiales demasiado frágiles en las fronteras de los impulsos conscientes de las expectativas cumpliéndose, del reflejo de figuras y luces anaranjadas cuando, entre las manos y los ojos, se sopesa, con exactitud milimétrica y la precisión natural de la inercia, toda la narrativa e imaginario de lo animal, lo cotidiano y lo delicado. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario